Angélica Alvaray: “No quería irme de Venezuela y olvidarla, por eso escribo”
“He venido a recoger tu imagen” es la primera novela de una ingeniera que enfrenta desde la escritura ese país irreconocible que es el exilio. Esta caraqueña confiesa que quería empezar con “una de detectives” pero, venezolana al fin, un suceso familiar la saca de su confort en Londres, y pone a su alter ego Adriana a reconstruir la Caracas que se le estaba borrando desde que tuvo que huir.
No es fácil guardar recuerdos felices de la tierra donde has vivido y que abandonas a la carrera porque se te ha vuelto peligrosa. Angélica Alvaray había pasado los últimos años inventándose una vida profesional en Londres pero, acostumbrada a mirarse a oscuras en el espejo, ocurre un suceso que enciende la luz de su habitación. Es así como emprende la vuelta a casa. No por nostalgia sino por una necesidad vital. Su hermano acaba de telefonearle desde Caracas para informarle que su mamá se ha extraviado. Alguien tiene que ayudarle a encontrarla.
Con esa alerta que aún le resuena en la sien, esta ingeniera, con Máster en Negocios del Henley Management College, Inglaterra, inicia su aventura que vierte en un relato trepidante que se contagia con la emoción del lector. He venido a recoger tu imagen es una novela (Lugar Común Editorial, 2016), que combina el imaginario político de los últimos 15 años en Venezuela con la búsqueda de una historia personal que a la vez representa la vida de un país quizá perdido en la memoria, como perdida se encuentra la mamá de Adriana, la protagonista de esta historia que linda entre la ficción y la realidad. Alvaray fue alumna de la I Promoción del Máster de Narrativa, que se realiza en Madrid.
- ¿Escribió esta novela como un ajuste de cuentas con la Angélica que dejó su país y, ahora, al volver, siente que se lo arrebataron?
- Quizá el ajuste de cuentas es porque ya en mi familia no hay nadie que pueda contarnos la historia de ese país pasado, porque mi mamá se fue antes de tiempo, porque esa pérdida personal de la memoria es realmente un proceso que nos está pasando también a todos como país y quizá no nos damos cuenta, o no sabemos cómo cambiar ese destino.
- Sin dudas el leit motiv de su historia es la llamada de su hermano para informarte que su mamá se extravió.
- ¿Tú crees? No había pensado en eso. Más bien creo que lo recurrente es la noción, la concientización de la pérdida de la madre, esa que ocurrió hace unos años y que solo ahora, con la llamada del hermano, toma forma concreta y amenazante. ¿En qué momento Adriana y su madre tomaron caminos diferentes? ¿Hubo alguna vez un camino común? ¿Por qué se nos hace tan difícil a veces comunicarnos, tolerarnos, querernos? La madre se pierde y se pierde la memoria propia, se pierde parte de la vida, una parte tan importante como lo es la infancia, se pierden certezas, datos, miedos, confidencias…
- ¿Hay en la novela un deseo oculto por abandonar la zona de confort en la que se instala el venezolano que sale de un país a punto de estallar?
- Sí, sin duda. Uno de los momentos más importantes en mi proceso de escritura ocurrió cuando fui a una exposición fotográfica en Madrid. Tenía ya varios meses ahí, feliz, “olvidada” de lo malo y recordando solo lo bueno. Inesperadamente entré y vi allí la violencia y la pobreza que uno quisiera olvidar, pero que está ahí, plantando cara, cuestionándonos. Esa parte de la exposición se llamaba algo así como “la Sucursal del cielo”, y mostraba fotos de los barrios, escenas de miseria, de violencia. Pero la más impactante para mi fue la foto de una muchacha como de 12 años, tenía la cara cruzada por una cicatriz y veía a la cámara como si desafiara a la fotógrafa, o como si ya no le importara más nada. Ya no tenía nada que perder. Y me di cuenta que a veces nos vamos huyendo (con razón) de la inseguridad, de la violencia, de ese país en guerra en que se nos ha transformado Venezuela, solo para encontrarnos con él a la vuelta de la esquina en una exposición, en una novela, en un documental. No quiero irme y “olvidar” ese país que dejo, y quizá por eso escribir es una forma de tenerlo presente, así como de contarle al mundo lo que pasa y cómo nos afecta en lo personal, y como pudiera pasarle a cualquiera.
- ¿Cuán doloroso resultó este reencuentro y luego pasar por la experiencia de convertirlo en una novela?
- Fue muy doloroso puesto que el proceso pasa por asimilar que ese país que es hoy es también nuestro país, que esa sociedad intolerante somos todos. Y que ese país sin memoria es y ha sido el mismo desde hace varias generaciones. Basta recordar los años cincuenta y sesenta, o más atrás, cuando Gómez, y podemos recrear las mismas conductas, las mismas realidades encontradas: unos queriendo el poder a costa de todo; otros resignados o volteando para otro lado, otros exiliados y otros resistiendo de la manera más digna posible. Para convertir este proceso en novela tuve que sacar primero mi experiencia cruda y luego esperar un par de años para tomar distancia, retomar el segundo borrador y transformar la experiencia en ficción, pues el primero estaba demasiado “contaminado” de realidades.
- ¿Sirve la literatura para desplegar todas las armas defensivas de las que disponemos para enfrentar el pasado, o más bien funciona como un bálsamo que nos alivia, como quien visita el siquiatra y le cuenta lo que le ocurre?
- Para mí la literatura ha sido un refugio y un bálsamo. A veces, cuando me siento triste, busco consuelo en algún libro, que me lleve por mundos diferentes o que me entretenga explicándome lo que me pasa y por qué me pasa, o que me cante poesías para sanar el alma. Escribir, puede ser también terapéutico, sobre todo si dejamos salir las palabras sin freno, y en ese discurrir salen los miedos, las tristezas y las dudas, y muchas de la posibles respuestas…
- ¿Cómo definir esa paradoja que afecta a quien deja por cualquier motivo su país y se propone olvidar su pasado, pero ese pasado se le cuela en los intersticios de su “nueva vida”?
- Lo primero que se me viene a la mente es el famoso poema del Kavafis, Ítaca, no porque querramos volver, sino porque de cierta manera siempre estamos volviendo. “Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino, pero ya no tiene nada que darte”. Esa búsqueda de nuevos horizontes no se hubiera podido dar si no tuviéramos el país que dejamos atrás, pero que en el fondo nos lo trajimos en una de las múltiples maletas, lo llevamos con nosotros, lo bueno y lo malo, lo triste y lo feo, lo viejo y lo nuevo. Cuando lo negamos ahí aparece, como un fantasma, como Don Juan con el dedo acusador para que te devuelvas a hacer la tarea, aparece tanto si lo niegas como si lo reconoces, porque es parte de ti. Esa mezcla de experiencias y recuerdos hacen de ese país en el exilio una quimera, un lugar irreconocible, que por mucho que regreses ya no vas a encontrar, porque solo lo tiene cada quien en su mente y en su corazón. Tratar de olvidar el país es como tratar de olvidarse de sí mismo, es como negarse la identidad. Eso solo puede ocurrir si estás enfermo, y aún así perduran ciertas características que te delatan, te hacen destacar entre tus nuevos vecinos: un pequeño canto en el acento, una nariz chata, una palabra extraña. El otro día se asombraron de mi uso de una palabra diferente: apurruñado. Existe, es maravillosa, pero casi nadie la conoce: la usamos los cubanos y los venezolanos. Es inútil ocultarte detrás de otros acentos, de otras costumbres. Yo, en lo personal, he optado por ir por la calle del medio pregonando mi origen, mis raíces me llenan de orgullo y me han hecho lo que soy. Me toca a mí hacer algo con eso, y eso no depende ya del país de donde uno viene, sino del material con que uno como persona está hecho. Y allí creo que ya no hay nacionalidades, sino corazones.
- ¿De qué va su próxima aventura literaria?
- Al planificar la próxima aventura nos puede pasar como nos decía John Lennon: Life its what happens to you when you are busy making other plans (la vida es lo que te pasa cuando estás ocupado haciendo otros planes). Mi primera novela me tomó por sorpresa, yo quería hacer una novela de detectives y de repente me tuve que sentar a tomar nota de la vida de Adriana y de su madre, de sus peripecias y de su búsqueda. Durante muchos meses fui presa de lo que les sucedía, como si fuera una especie de traductor simultáneo, viendo y contando, sin saber muy bien cómo iba a terminar todo. De manera que ahora soy muy cauta al contar mis proyectos, tengo en mente dos trabajos, uno que ya comencé y otro que ha persistido como idea, como llamado. Así que te contaré más adelante.