Ser periodista, otra vez
Ser periodista, otra vez, en España o en cualquier otra parte del mundo donde haya llegado la diáspora. Ser periodista con las herramientas que uno se ha traído desde Venezuela; ejercer como tal y buscarse la vida con empeño, desde una perspectiva que no la tendrá otro; hacer de nuevo periodismo con imaginación y a partir de sus fundamentos originarios. Hacerlo con cabeza propia, afán independiente, en un medio hostil o simplemente acaparado por los profesionales que han hecho carrera de toda la vida en este lugar. Nada más que eso, ser periodista, tampoco nada menos
Ante todo, el periodismo es un oficio universal cada vez más abarrotado de gente sin oficio, es decir, gente que tal vez no sabe qué hacer con su vida y se piensa periodista porque sí, porque parece fácil y puedes salir en televisión o convertirte en influenciador de la noche a la mañana. Y no les falta razón a estas personas: es fácil, muy fácil, un determinado modo de hacer periodismo que se conforma con lo obvio. Pero hay otro que no. Hay otro que considera que el periodismo es ―por ejemplo― la posibilidad de tomar un drama por los cachos y entregárselo, entero y sin anestesia, a quienes hasta entonces han permanecido indiferentes.
Hay un periodismo que apunta hacia las oportunidades que abre la realidad cotidiana en una gran ciudad o en un pueblo olvidado de la mano de Dios. Y existen profesionales con capacidad y sensibilidad para captar los hechos y colocarlos ante el espectador o lector ―lo que ampliamente llamamos opinión pública― en forma de relato. Con el relato, el drama, originalmente fragmentado, anónimo y descontextualizado, adquiere entidad, coherencia y trascendencia. El relato es un freno a la dispersión, a la anomia y a la desmemoria que impone la inmediatez.
¿Cuál es el punto de arrancada adecuado para narrar lo anónimo y disperso? Básicamente, los géneros periodísticos con sus códigos y esquemas ya probados. Esos géneros son, sobre todo, reportaje, entrevista, crónica y semblanza (en algunos casos se le confunde con el perfil, y sí hay elementos coincidentes). Funcionan, pues, con ciertas claves o códigos. Esas claves o códigos habrán de preservar el oficio por encima de las plataformas tecnológicas. Su vehículo fundamental es la lengua y su lecho sustantivo, ni más ni menos, el periodismo de siempre.
Dicen que perseguir la suprema perfección es cosa que anida en el ánimo de todos los hombres de cualquier época, y debe ser cierto pues, de lo contrario, el mundo no andaría; se habría estancado anoréxicamente hace mucho tiempo, sin devenir.
Es necesario que el periodista venezolano que ejerza en el exterior, en un ámbito que nunca podrá abarcar con propiedad porque jamás será igual a aquel en el cual nació y creció, se esfuerce en su modo de abordaje (de un tema, de un personaje, de un hecho) y se empeñe en desarrollar un estilo al redactar o narrar. Tendrá en cuenta algo crucial al hacerlo: sea cual sea la idiosincrasia del target al cual va dirigido su trabajo, es raro que un lector o internauta escape a una historia bien construida. Una historia, digamos, que le revele zonas en penumbra de la realidad, lo que no había imaginado al escuchar las efímeras noticias del día simplemente porque las efímeras noticias del día se conforman con serlo (o, en el caso español, pasar a ser pasta grumosa en la boca de las decenas de contertulios y analistas que pululan en todos los medios).
¿Quién escapa a una historia bien contada, sobre todo si volvemos a escuchar a Martín Barbero y Javier Darío Restrepo diciendo que el periodista no es un simple intermediario sino un mediador?
El perfil o semblanza, la crónica, la entrevista de creación y el reportaje o informe han demostrado capacidad de riesgo, voluntad de adaptación. Hay ductilidad en ellos si los machacamos lo suficiente; aceptan la ironía y el humor, se abren a la indagación, no se conforman con lo evidente, atan cabos sueltos. ¿De qué me sirven, apelmazado jefe de Redacción de mis tormentos, todas las verdades –todas las verdades relativas o que intenten acercarse a ello− si no acierto a comunicarlas con una luz propia, totalizadora, original, emotiva, seductora, perspicaz?
Los géneros mencionados bien trabajados son antídoto ante los desvaríos de la memoria accidental a la que aludía Thomas Wolfe. Se necesitan tres condiciones para ejercer estos géneros: talento, rigor y ética. El talento no se otorga, ni se compra, ni se vende. Está o no está. El rigor es cuestión de cabezonería y método, y su manía, darse golpes contra diferentes piedras casi todo el tiempo. La ética la enseña mejor que nadie y de manera más sucinta, directa y diáfana, Fernando Savater. Pero en realidad tampoco es algo que se enseñe.
El periodismo informativo se ejerce en Twitter o como se llame ahora. O en Facebook o Instagram. Es un periodismo vulnerable, empírico, arbitrariamente escrito… pero va con lo inmediato sin descanso, no se le puede ganar en velocidad. Hay que mirar, eso sí, con lupa lo que trae porque de repente asesina a José Luis Perales como asesinó, antes de tiempo, a Simón Díaz años atrás. No es muy confiable y sufre de amnesia permanente.
Otra cosa es el periodismo que se nutre de la información pero busca la interpretación, el cómo y el por qué. Se nutre de lo aparentemente nimio, se detiene en el detalle. Y describe. Tiene un oído muy fino. La interpretación –también podríamos hablar de periodismo en profundidad− requiere ante todo una mirada amplia de los hechos, a veces aparentemente inconexos. De la visión panorámica va enfocando hasta hallar un nudo que antes no se veía. En el periodismo interpretativo, los acontecimientos nunca recibirán un tratamiento de compartimento estanco. No hay cajitas independientes. El quid de la cuestión está en los amarres. El cuidado y la inteligibilidad, en la escritura. La atención, sobre el rostro humano de cada historia.
El poeta norteamericano Walt Whitman decía que cuando se escribe en el momento se atrapa el latir mismo de la vida, y eso hacen cotidianamente los periodistas (no los tuiteros locos por hacerse notar), escribir en el momento. Desde luego, es un privilegio reservarse siempre la primera fila para ser testigos de cosas que se contarán de inmediato a los demás, sin respiro. Ese privilegio lo tienen en Madrid, por ejemplo, aquellos periodistas con pase automático al Congreso de los Diputados. No es el caso, por lo general, de los venezolanos, ¿verdad?
Entonces, ¿qué nos queda?
Nos queda volver a los valores universales que aprendimos en las escuelas de Comunicación o en las mismas salas de Redacción donde comenzamos a ejercer. Plinio Apuleyo Mendoza señala una relación estrecha entre periodismo y literatura, y aunque el primero es un oficio que parte de lo tangible, de la información que se adhiere con terquedad a la actualidad −es decir, a lo inmediato−, la segunda es un arte en busca de la posteridad: algo que el periodismo también busca, y lo ha demostrado porque tres o cuatro siglos después todavía seguimos leyendo con interés El año de la peste, de Daniel Defoe, del cual se ha dicho que es el dossier más perfecto que sobre un hecho real se haya escrito jamás. Como se leerá siempre Relato de un náufrago.
¿Quién se anima a hacer El relato de un náufrago en Madrid, en 2023? Probablemente nadie tenga interés en imitarlo y hará bien, pero la idea de producir un gran relato a partir del testimonio de un sobreviviente de una catástrofe ha dejado una lección eterna. Narrar la aventura, la catástrofe, la épica o la condición humana desde un caso particular. Hacerlo a partir de una estructura, con máxima eficiencia del discurso y con honestidad, incluyendo algunos trucos de carpintería como tal vez uno haya aprendido de algún film de suspenso. Eso fue lo que hizo García Márquez con Relato de un náufrago.
Hay libros que se encuentran a la mano −en bibliotecas públicas, por ejemplo− en España y siempre serán apoyo para quien desee narrar desde la realidad trascendiendo la mera nota informativa. En este sentido, cabe citar el libro de Balsebre, Vidal y Mateu: Entrevista en radio, televisión y prensa, el prolijo volumen La entrevista periodística del argentino Jorge Halperín y, dentro de él, los capítulos titulados «Fuego cruzado», «Momento de la edición» y «En contra del género», donde el autor recoge opiniones de Gabriel García Márquez, Milan Kundera, Norman Mailer y Vladimir Nabokov. El prólogo de la Antología de grandes entrevistas colombianas escrito por Daniel Samper Pizano también es conveniente. Destaco una frase de este último que vale la pena tener en cuenta: «La atracción de la entrevista como género radica en su carácter dramático» .
Las percepciones son importantes, tanto como los datos duros. Poner de bulto un drama con toda la intensidad del caso es absolutamente válido. Como aconsejó una vez un escritor a un joven aspirante: no digas que la botella es verde, hazla brillar de verdor hasta que no puedas más.
Sin falsas mitologías ni otros embelecos, como diría Savater, ejercitemos el gusto anticipado del único oficio en el mundo que a partes iguales ofrece trascendencia y diversión, satisfaciendo de paso todas las curiosidades posibles e imposibles.