Gabriela Buada: Hemos logrado deconstruir el discurso discriminatorio y estigmatizante sobre la covid-19
Serie: Periodistas venezolanas, más allá de la pandemia (IV)
Gabriela Buada define lo que hace en una frase:
"Soy periodista, profesora universitaria y defensora de derechos humanos".
Nada diferenciaba a Gabriela Buada de otros estudiantes de periodismo, que saltaban de un medio a otro en busca de oportunidades para aprender, hasta que le asignaron la cobertura del caso de Linda Loaiza López, una joven de 18 años que fue secuestrada y violada por su captor.
Las salas de redacción se movían a un ritmo frenético en septiembre de 2001, cuando el mundo aún no lograba asimilar el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York y la atención se centraba cada vez más en el tema político luego de la aprobación de la primera Ley Habilitante del gobierno bolivariano.
"Así que le tocó a la pasante hacer esa cobertura tan fuerte". Gabriela reporteó para reconstruir la historia del llamado Monstruo de Los Palos Grandes, a través de conversaciones con los vecinos y los funcionarios que rescataron a la muchacha.
"Vi a Linda Loaiza López justo cuando la sacaron del apartamento. La vi deformada, con ropa de casa, con un rostro irreconocible. Nunca voy a olvidar ese día. Comencé a hacerle seguimiento a ese caso a cuenta propia. Y fue cuando me di cuenta que me indignan las violaciones contra la mujer, me indigna cómo a Linda la desprestigiaron, la acorralaron para que desertara de su lucha y cómo Linda se convirtió en un símbolo de lucha contra la violencia de género en el país".
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó en 2018 al Estado venezolano por haber violado los derechos de Loaiza durante el juicio. Pero haber sido testigo de esas injusticias cambió a Gabriela para siempre. "Fue un momento determinante en mi vida. Fue allí cuando decidí terminar la carrera y especializarme en la fuente de derechos humanos".
Gabriela se ha forjado su propio camino, que comenzó vinculándose con distintas organizaciones de la sociedad civil para capacitarse. "Luego hice dos diplomados y un postgrado en Derechos Humanos. Era la única periodista en medio de más de 20 abogados e internacionalistas".
Trabajó como comunicadora en organizaciones de derechos humanos como la extinta Red de Apoyo por la Justicia y la Paz, Una Ventana para la Libertad, Provea, y en la actualidad colabora con Acción Solidaria y Amnistía Internacional.
Nace Caleidoscopio Humano
Pero la detención arbitraria de un familiar durante las protestas de 2017 marcó otro hito en su vida y decido fundar Caleidoscopio Humano, una organización sin fines de lucro para visibilizar las violaciones de las libertades civiles.
El acceso al Helicoide, como se le conoce a uno de los centro de detención y torturas de presos políticos en Venezuela, le permitió constatar la precaria situación de algunos detenidos invisibles, a quienes torturaban con más vehemencia porque no eran conocidos en el mundo político. Era presos sin rostro, como Jeyson, un joven que fue apresado sólo por vender agua mineral en una marcha.
"Esto me llevó a seguir mi intuición, conversar con colegas, defensores de derechos humanos para unir esfuerzos para visibilizar esos rostros y fue cuando surge la idea de Caleidoscopio".
Desde entonces dejó de llamarse a sí misma una activista y sintió que era una defensora de derechos a carta cabal. Su misión está muy clara: Caleidoscopio Humano trabaja para visibilizar de manera correcta y pertinente las violaciones de derechos humanos en comunidades vulnerables, específicamente con mujeres, niños, niñas y adolescentes, personas de la comunidad LGTBI, con énfasis en las mujeres trans. Caleidoscopio Humano está dirigido por Gabriela, cuenta con dos periodistas voluntarias que ubican y escriben historias sobre esos rostros invisibles, y otros seis integrantes que son estudiantes de comunicación social e integrantes de la comunidad LGBTI.
El crecimiento durante la pandemia
La pandemia de la covid-19 ha representado un gran desafío y a la vez una gran oportunidad de crecimiento. Después de tres años de trabajar sin ayuda, Gabriela logró financiamiento de un organismo internacional que apostó por impulsar su visión de sensibilizar los comunicadores para ejercer un periodismo más humano y mostrar la realidad venezolana. Gabriela cuenta que vive en una zona popular de Caracas, rodeada de colectivos y de miembros de las Faes.
"Es un lugar donde las realidades de las crisis se profundizan, aun así me permití crecer. Alquilé un espacio en el mismo edificio donde vivo, para facilitar mis talleres, y me ha permitido mucha conexión con las personas, saber sus realidades, trabajar casi que las 24 horas porque no tengo la presión de la movilidad urbana. Ha sido esperanzador".
Explica que la propia comunidad se ha enfocado a ayudar y eso le inyecta "mucha ilusión y pasión" por el trabajo. "Hemos armado el equipo, comenzamos a dar talleres a periodistas desde agosto: La pandemia de la violencia tiene rostro de mujer. Esto nos ha llevado a conocer las distintas facetas que viven las mujeres periodistas, colegas que no tienen acceso a internet, que no tienen insumos para la cobertura de sus trabajos, que trabajan con más barreras".
Pero dentro de las penurias también logran identificar las experiencias positivas que están sirviendo de base para construir un manual de visibilización de derechos humanos.
"Lo hacemos a través de un aula virtual muy interactiva. Enseñamos de qué manera se puede visibilizar correctamente, cómo atender a una víctima y como los periodistas podemos convertirnos en defensores de los derechos humanos. Ha sido una experiencia muy reconfortante".
Como periodista también ha tenido satisfacciones durante estos últimos meses porque al tener un espacio exclusivamente para trabajar ha podido documentar, investigar y reconstruir muchas historias. Así no solo ha logrado visibilizar, sino también brindar el acompañamiento necesario a otras organizaciones de derechos humanos y periodistas. "El trabajo se está haciendo".
Su empeño en consolidar Caleidoscopio Humano la llevó a dar una pausa en sus actividades como profesora universitaria. Confiesa que simplemente no le alcanzan las horas por la complejidad de los servicios básicos en Venezuela, porque a veces tiene que salir a lavar, a fregar, a recoger tobitos de agua, o se va la luz o internet.
Otro dilema para Gabriela fue la responsabilidad de educar periodistas con criterios de excelencia y no graduar a los muchachos por graduarlos, con las deficiencias que tiene la educación online. Pero aseguró que aunque no está dando clases formales no ha perdido contacto con sus alumnos y los guía constantemente en grupos de WhatsApp y de Facebook. También algunos se han incorporado a los talleres que da en su organización.
El empoderamiento de la comunidad
A pesar de su optimismo inquebrantable, Gabriela Buada reconoce que la convivencia en confinamiento ha sido un gran desafío. "Vivimos en una zona popular mi mamá, mi hijo, mi hermana de 20 años y yo. Por la pandemia, vino a vivir con nosotros otra hermana y su hijo de 12 años. Ella trabaja en un hospital, es enfermera, le dan episodios de estrés por todo lo que ve en los hospitales. El tema de la educación online del niño ha sido terrible y entonces también he tenido que invertir tiempo para ayudarlo".
Una de las cosas más complicadas es encerrarse para mantener a raya al virus sabiendo que tus vecinos no pueden darse el lujo de confinarse por la necesidad de salir a trabajar. Dice que han tenido que adecuarse en medio de las duras condiciones de vida en Venezuela. El aprendizaje ha sido constante.
"Lo más importante ha sido la deconstrucción del discurso discriminatorio, estigmatizante en cuanto la covid-19. Ha sido un reto pero se ha superado. Todos los vecinos nos hemos organizado y hemos apoyado. Aquí en el edificio tenemos un vecino que murió de covid-19 hace ya dos meses y toda la comunidad se organizó, ayudó a los familiares no solo a que lo enterraran sino a que guardaran la cuarentena. Se les llevó comida, se les cuidaba. Eso fue muy gratificante para los que asumimos liderazgos en la comunidad y tratamos de romper con esos discursos discriminatorios".
Un trabajo primordial
A Gabriela la pandemia le ha dado la posibilidad de reforzar su convicción de trabajar para lograr un mundo más humano y luchar contra las injusticias. Pero, sobre todo, "hacer algo positivo por las personas, desde el conocimiento, mostrándoles que no es normal lo que estamos viviendo. Pero que es posible cambiar nuestras realidades y adaptarlas a experiencias positivas y ayudar a otras personas que están peor".
Pese al confinamiento su equipo se ha mantenido comprometido, entusiasmado y han llegado más voluntarios que desean colaborar. "La pandemia sin duda ha profundizado la violencia de género pero también hay muchas más personas pendientes de lo que está sucediendo. Ellas están pendientes de que el confinamiento las vulnera más, el confinamiento las pone en riesgo, pero las comunidades se pueden empoderar para denunciar, para estar atentas y sobre todo para ofrecer ayuda. Esto nos ha permitido darnos cuenta que nuestro trabajo es primordial".