Venezolana en el atentado de Barcelona: “Nunca había sentido tanto pánico y confusión”
Omareliz Pineda es venezolana. Reside en Barcelona desde el año 2015. Es periodista. Trabaja y vive muy cerca de las Ramblas y el jueves 17 de agosto de 2017 el miedo se le metió en el cuerpo cuando escuchó gritos y sirenas, “en un primer momento no sabía lo que estaba pasando, pero algo muy grave era, sin duda”. Y sí, lo era, el atentado de Barcelona dejaba 14 fallecidos y 126 heridos, de 34 nacionalidades, entre los que se cuentan dos venezolanas: Alyaris Vargas y Alejandra Roa.
Fotos: Joaquín Ferrer
Una furgoneta blanca irrumpió en las Ramblas, zona peatonal y turística por excelencia, alrededor de las cinco del tarde, recorriendo en zigzag más de 500 metros y atropellando a todas las personas que encontraba a su paso. Omareliz estaba trabajando, en la cuarta planta de un edificio de oficinas muy cercano al lugar.
“Escuchamos gritos, mucho alboroto y, al momento, sirenas de policía y helicópteros. Yo bajé y salí corriendo para ver qué pasaba, pero tuve que volver a entrar al edificio y conmigo una veintena de personas que vinieron a refugiarse” cuenta la periodista. La policía estaba acordonando la zona e indicando a la gente que se refugiara en los comercios y edificios aledaños.
Los Mossos d' Esquadra activaron de inmediato el dispositivo para atentados. Las características del suceso hacían presagiar lo peor. La Generalitat ordenó rápidamente el cierre del transporte público en el centro de la capital catalana, por lo que la alternativa para quienes se encontraban en las inmediaciones era refugiarse o correr, en medio de la confusión.
Omareliz permaneció, junto a un centenar de trabajadores y personas que se resguardaban en el edificio, hasta pasadas las 7 de la tarde, cuando el portero, siguiendo órdenes de los agentes policiales, permitió la salida.
“Todos estábamos al lado de alguien, escuchábamos el horror, nos abrazábamos, sentíamos el peligro pero nos apoyábamos entre nosotros, nos dábamos fuerza entre todos. Había catalanes, extranjeros, gente que nunca había visto”.
Así lo cuenta, mientras recuerda que, aunque en Venezuela había estado expuesta a un intento de robo y secuestro, “nunca había sentido tanto pánico y confusión”.
Periodista, al fin y al cabo, tan pronto pudo, Omareliz se dirigió a las Ramblas, pero al intentar hablar con la policía, lo que encontró fue una contundente orden de desalojar la zona, y mucha gente en pánico que buscaba a familiares y amigos. No había autobuses, ni Metro. Recorrió en moto el trayecto hasta su casa, el mismo que habitualmente hace en 10 minutos, pero que esta vez duró dos horas, las fuertes medidas de seguridad y el espanto en sus retinas le impedían el paso.
Al día siguiente
Joaquín Ferrer también es venezolano, y fotoperiodista. Vive y trabaja en Barcelona. No estuvo en las inmediaciones en el momento del atentado, pero sí al día siguiente, cuando pasado el caos de las primeras horas, la ciudad revivía y la confusión se tornaba en arrojo.
“Sentí ansiedad por no haber estado allí, por no poder acercarme al lugar. Luego miedo porque pudo tocarme a mí o a alguno de mis seres queridos. Creo que todos de una u otra forma estábamos esperando que pasara. No sabíamos ni dónde ni cuándo sucedería, pero sí que sabíamos, al menos inconscientemente, que ocurriría” cuenta.
Tantos años ejerciendo el fotoperiodismo han endurecido su piel. Pero no es insensible, simplemente se “bloquea” para realizar su trabajo. Lleva un largo historial de coberturas al límite, protestas, manifestaciones, bombas lacrimógenas, heridos desde el año 2002 en Venezuela, refugiados en la frontera con Colombia, sequías en La Guajira venezolana.
Esta vez Joaquín, al día siguiente del atentado de Barcelona, se calzó su cámara y se fue a recorrer la zona. Palpó, para dejar testimonio gráfico, lo que es el renacer de una ciudad. Y lo logró. Su lente captó las lágrimas y las sonrisas, el dolor y el consuelo, el miedo y la confianza, la maldad y la inocencia.
A Omareliz le dieron el día libre, por eso también pudo ver en primera persona, como Joaquín, el significado de la palabra resurrección: tiendas abiertas, turistas en la playa, “pocos pero los había”. La ciudad retoma, lentamente, la normalidad. La vida continúa.